La seguridad triunfa sobre la libertad – Fernando Bonsangue

En los próximos años veremos cómo la pandemia del Covid-19, nos hereda un nuevo marco de relaciones entre el Estado y la sociedad, caracterizado por un significativo retroceso en los derechos ciudadanos y las libertades individuales.

Esta situación que ha venido a poner de cabeza a todo el planeta tal como lo conocíamos hasta hace unos meses, encuentra a los gobiernos enfocados desde hace un par de décadas por alcanzar más y mejores sistemas de control ciudadano para garantizar la seguridad territorial. Luego del 11 de setiembre de 2001, tras los atentados terroristas acontecidos en las ciudades de Nueva York y Washington, vemos que como derivación de esta contienda global antiterrorista, se ha erosionado el campo de los Derechos Humanos como también muchas de nuestras libertades democráticas más básicas respetadas hasta entonces. Es evidente que las intervenciones militares en Irak y Afganistán arrasaron no sólo con el derecho internacional, sino también desde una perspectiva ética y política global, se erosionó el derecho a la privacidad como corolario del control sobre el tráfico de información privada entre las personas.

1984 Libro de George  Orwell
                                         1984 Libro de George Orwell

No pretendo con esta pequeña nota de opinión, hacer un juicio de valor sobre estas cuestiones. Simplemente intento describir con la mayor objetividad posible las consecuencias de un proceso que se inició hace no más de 19 años. Es cierto que como derivación de diversos conflictos acontecidos en ese tiempo y otros que se esperan en el futuro inmediato, los estados han tenido que tomar implacables medidas para garantizar la seguridad de sus ciudadanos. El terrorismo fundamentalista, el narcotráfico, los ciberataques, la guerra bacteriológica, son suficientes argumentos como para intervenir con firmeza. A ello hay que sumarle nuevas modalidades de piratería y contrabando de todo tipo de materiales de uso estratégico (incluyendo armas de destrucción masiva), delitos ambientales, sustracción de recursos naturales tanto en territorios como en zonas económicas exclusivas en el mar pertenecientes a las naciones, entre otros.

Ahora bien, ante cada situación disruptiva que se plantea como desafío para la seguridad de los estados, ante cada respuesta de las principales potencias del planeta, vemos como común denominador la pérdida de mayores grados de libertad de la personas y un control más estricto de la vida privada e de las mismas. En eso el 11S y el Covid-19, se van asemejando. 

Es evidente que la vigilancia siempre ha sido un complemento de la seguridad. El modelo de “Homeland Security” que implantó el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, formalmente dice que “trabaja” en la aplicación de políticas de “vigilancia” en aduanas, fronteras e inmigración, en las respuestas de emergencia a desastres naturales y provocados por el hombre, en el trabajo antiterrorista y la seguridad cibernética. La manera correcta de leer esos objetivos es que lo hace en crear estrictos controles y seguimientos migratorios, en bioterrorismo, en antiterrorismo, en ciberseguridad, etc. En concreto, desde la “Ley Patriótica” en el gobierno de George W. Bush, se inició una guerra global contra el terror acompañada de iniciativas legislativas que, entre otras cosas, endurecieron no sólo los controles de seguridad en aeropuertos, los programas de inteligencia, el espionaje a ciudadanos y compañías (tanto dentro como fuera de EEUU), sino que también avanzaron en el acceso a información privada considerada relevante (comunicaciones telefónicas de los ciudadanos, información personal frente a terceras partes como bancos, proveedores de tarjetas de crédito, compañías telefónicas, proveedores de Internet, redes sociales, etc.) sin necesidad real ni de una orden judicial.

Desde setiembre de 2001 podemos decir que “La seguridad triunfa sobre la libertad”. Insisto que se trata de una descripción, no de una valoración sobre un proceso histórico que no se detiene y que se va a incrementar radicalmente con la pandemia del Covid-19.

En 20 años la seguridad avanzó a costas de la liberad y el derecho a la privacidad de la personas. Ahora, frente al desafío de la pandemia, se dará el hecho concurrente de un fuerte avance sobre el control y el “flujo físico” de las personas. Ya no alcanza con saber cómo piensan o qué vínculos tienen quienes ingresan al territorio, y si éstas cuestiones pueden representar un riesgo a la seguridad. Eso ya no resulta suficiente, dado que el flujo de personas y los desplazamientos migratorios libres, representan desde hace años un riesgo serio a la seguridad de las naciones (aún en aquellas que se encuentran vinculadas a zonas de integración común, como se la CEE).

El Covid-19 es la mejor excusa para limitar ahora esos flujos y controlar los desplazamientos de las personas. No cabe ninguna duda que avanzamos hacia una doble imposición migratoria que será aplicable para cualquier tipo de desplazamiento entre naciones: por un lado las visas migratorias (tal como las conocemos) y, por el otro, las visas (certificados o pasaportes) de salud (o sanitarias).

Vale decir que la autoridad de aplicación de estas nuevas exigencias para el movimiento de personas entre los países (posiblemente la OMS), tendrán la mayor base de datos globales de desplazamiento humano a través del planeta. Tal vez esta sea la única razón por la cual la OMS aun no terminó siendo desguazada por las grandes potencias. Quien extienda una visa global de salud (epidemiológica), podrá además disponer una validez por tiempo determinado y, muy posiblemente, vincularla a alguna aplicación con geolocalización en tiempo real. Con esta herramienta combinada a la tradicional visa, todos los flujos de personas estarán bajo un rígido control de movimientos.

Esta herramienta permitirá limitar las visas de extranjeros con la noble justificación del control epidemiológico. 

Más seguridad para el mundo que viene, implica necesariamente menos libertades y derechos para los ciudadanos de las naciones, y extremas barreras de control de flujos de personas entre ciudadanos de otras naciones. Tal vez una de las actividades que más se vean afectas, serán el turismo, los intercambios de cualquier naturaleza, la realización de eventos internacionales, etc.

Prepararnos para este mundo, será como cuando tuvimos que adaptarnos a los cambios ante la amenaza del terrorismo fundamentalista: en aquella oportunidad lo notamos en los controles aeroportuarios (tanto para personas como para los equipajes), los cambios en las cabinas de los aviones, los requisitos para las visas (que incluyeron hasta declaración de redes sociales), entre otras medidas. Ahora, podrían incluir tests epidemiológicos validados por la OMS, mayor espacio entre asientos en el avión, nuevos protocolos de comportamiento social, etc. Seguramente la humanidad podrá adaptarse. Sin embargo resulta evidente que deberemos hacerlo resignando nuevamente mayores grados de libertad.

Al mundo que viene no se le va a escapar nadie.

Fernando Bonsangue  

@ferbonsangue

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